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Quiero hablarte de la soledad




¡Buenos días mi amiga, la hoja en blanco!

Mucho tiempo sin vernos. Estuve bien atareado por las mismas razones del porque eres mi confidente. Igualito me trancaba para hablarte. Por la impotencia, la tristeza y el odio que sentía por volver a sentarme contigo. Mira que eres mi último recurso, el pedazo de la salvación que me ata a la cordura, que me mantiene en lo real.

Quiero hablarte de la soledad.

Hay mil mitos que te dicen, que te hablan de ella. Pero lo que estoy seguro es que no tiene nada que ver con personas. La gente disfraza el dolor que sienten por ella llenándose de personas, pero el dolor es silencioso, paciente y honesto. Simplemente espera. Espera a que me acueste en la cama, espera a que me siente en un silla, espera tranquilamente a que entre respiración y respiración deje de pensar. Y me habla.

Me deja ver de lo que huyo. Me muestra que se encuentra ahí, sentada, paciente e insondable, esperando que me acerque. Me envuelve con su manto de sensaciones, de culpas y de pesares que sólo crean dolor en mi alma. Ese maldito vacío que supervive cada minuto, a espera de tragarme.

Mis logros lo combaten, se esfuerzan, pero tiemblan. Son limitados y la maldita soledad es eterna.

¿Qué hago? Te respondo: pido a Dios, respiro, mindfullness, lo que sea. Pero es lo mismo, es tratar de huir de algo que está cubriéndome. Es como correr con una sábana sobre tu cabeza; avanzas, te mueves, ves los objetos difuminados y alcanzas objetivos, pero igual la sabana siembre te envuelve.

¿Y el amor? Bien gracias. Está, pero hay que estar debajo de la sabana para entender que quien la lleva es el único que la huele. Es el único que está limitado. Es el único que tira para adelante con todo y su peso. Tu pareja te ve y sabe que estas, pero no logra ver la jodida manta ni lo que tienes que hacer para subsistir debajo de ella. La soledad drena tu energía. Absorbe tu vitalidad. Rompe con tu ser y no te deja ver posibilidad.

Añoras una mano que te diga “tu puedes” “tranquilo, saldremos de esto”  pero sobre todo: “ven, te acompaño”. Y que por un momento no te juzguen, no te hagan ver como un perdedor haragán que sólo toma malas decisiones. MALDICION! Que abandona. Parece que nadie se ha puesto en tus zapatos nunca. La jodida sabana pesa como una montaña, duele como un fierro que atraviesa el intestino. Lo único que deseas es descansar. Sea como perdedor o como ganador. Dejar ese sufrimiento atrás.

Hasta lo bueno lo convierte en dolor. Eso peso constante se encuentra y vive contigo. Creando vacío. Eliminando vida. Haciéndote esclavo de la respuesta de salir del hoyo, para darte cuenta es estas dentro de otro que está dentro de otro.

Mi escape: Soñar con un pasado que nunca pasó. Una decisión que nunca tomé. Una película que sólo está en mi cabeza en donde tengo el control y el final es feliz. Y me quedó en ella, rumiando el final, y queriendo que mis emociones vivan un momento de paz y amor en mi propia intimidad. Mantenerme ahí. Nunca despertar.

Estoy clarísimo de que sólo yo saldré de esto. Nadie me acompañará. Y sé que terminará conmigo muerto. Mi camino siempre lo visualice con la soledad como compañera. Es mala, pero es segura. Ella no traiciona, siempre está, no se esconde, no se disfraza. Siempre te espera. Hacemos las pases y la abrazo como parte de mi propio ser. Debo admitir que en ella encuentro una cierta definición de mí. Nunca se hace pasar por amiga, nunca te da falsas esperanzas, simplemente es ella. No es cínica, es dura, real y específica.

Romper con ella es romper conmigo. Con mi pasado y mi realidad. Es lo único cierto que tengo. Que ella está, que ella me espera. Me molesta que exista, tanto como me duele ser yo mismo.

Mi problema viene con querer cargar las soledades de los otros. A esas no las conozco. Pensé que por mi amplia experiencia trabajando con la mía, podría controlar la de los demás. Me equivoqué. Cada quien debe ser amante de la suya. Y que cada uno tenga sus pactos propios. Hoy me arrepiento. Debí ser egoísta, mandar al carajo a todos y cada uno. Que trabajaran con ellos y no contaran conmigo.

Mi ataúd son mis dos metros de espacio. Es lo que controlo y lo que puedo gestionar. Los demás deberán cargar con el suyo.

Geovanny Ramírez
17 de febrero, 2019

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