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Los oficios de la casa no se acaban…. ¡Gracias a Dios!

9.30 pm, mientras trapeaba la cocina en segunda ronda, escuchaba a una amiga con su décimo segundo live en Instagram. Más que la molestia, que el dolor en la espalda o el sudor copioso de cabeza a pies; agradecí infinitamente a mi madre por haberme enseñado a limpiar, a deshuesar un pollo y a deshollinar el baño. Agradecí por no requerir buscar un vídeo en Youtube para entender como pelar una piña. Un hombre que le da igual ir a una reunión con un cliente importante en el piso doce de Acrópolis que a fregar los trastes utilizados para preparar de un pan maíz que literalmente le hizo que encharcar la mitad de la cocina.

Agradezco mi experiencia de vida, de años viviendo solo en apartamentos. Que me muestran que no hay  mayor gala que una casa limpia sin necesidad servicio doméstico. De sentirme parte de un equipo con mi esposa, que mientras ella cocina el otro hace tareas. Y cuando termina, intercambiamos posiciones: Ella al español y al dibujo y yo al lavado de ropa y a preparar la cena.

Agradezco por tener un techo, comida en mi mesa, recursos necesarios para mantener a mi familia; aunque implique un esfuerzo adicional de  encerrarme en casa para que nos protejamos de la ignorancia social y de un maldito virus que llegó para quedarse.

Agradezco al teletrabajo: Bendito el Zoom, Teams, Spotify y Gmail, me permiten ser productivo mientras disfruto con mi hijo una tarde completa; entre pleitos y briznas de lápiz, aprendo de él y admiro su inteligencia y perspicacia.  Se me llenan de lágrimas los ojos cuando hace una oración pidiendo por que los enfermos de Covid sanen, que su abuela lo vea desde el cielo y da las gracias por la unión de la familia.

Esta cuarentena me ha mostrado lo feliz que soy, lo mucho que tengo. Lo imbécil que he llegado a ser buscando más por el mero deseo de demostrar que puedo. Me ha hecho pausar. He respirado y visto  la película de vida en perspectiva. Entrar a mi alma y saber lo inmensamente bendecido que soy por la familia con la que cuento. El placer de mi biblioteca, los podcast que descubrí, la belleza de mi patio y los brazos tibios de mi esposa bajo las sabanas.

¿Qué estás encerrado o protegido? depende del cuento que te hagas. Mira a las familias que han perdido a alguien cercano, a los que hoy no tienen empleo al cual volver o  a los que persiguen peregrinos y santos por manada  para entrar una cruz al agua del atlántico, con la excusa de que salvaran a la nación.

No necesito más de lo que tengo. Una buena taza de café y pedazo de pan de maíz en mi mesa me enseñaron el valor de lo poco y la belleza de la buena compañía.

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